¿Por qué Obama necesita 22 bolígrafos para firmar una ley?
26 de febrero de 2014 (12:35 h.)
La tradición no está muy clara, algunas veces depende del número de letras que tiene el nombre del presindente
Caminar sobre la tierra antes no hollada es una aventura no exenta de riesgos. Igor lo comprendió en 2009 cuando, fascinado por la historia que había leído en una guía de viajes, se lió la manta a la cabeza y se marchó a un pueblo perdido en las montañas del Kurdistán turco al que las nevadas condenan al aislamiento dos meses al año. El viaje resultó un fiasco. "No salió bien por las presiones de la policía. Un día, poco después de llegar, me invitaron amablemente a que me marchara", confiesa.
El revés, sin embargo, abrió otra puerta: la de la vecina región autónoma del Kurdistán iraquí, "una isla -dice el esquiador- en un mar de conflictos". En el invierno de 2010, Igor -pertrechado de un lote de esquís- aterrizó en Penjwin, a los pies de unas sierras que guardan todavía el espanto de las minas; la memoria de los kurdos que huían de Sadam Husein; y el rebuzno de los burros que cruzaban el contrabando.
"Al principio les pareció una cosa frívola pero, al invitarles a Navarra para que viesen el funcionamiento de la semana blanca, empezaron a darse cuenta del potencial", apunta el precursor en suelo iraquí del esquí nórdico -una modalidad que permite desplazarse por senderos y pistas forestales de inclinación moderada sin necesidad de infraestructuras-. Desde entonces, Igor ha logrado una pequeña revolución en los inviernos del Kurdistán. "Penjwin empieza a ser conocida por el esquí. Tenemos un edificio donde se almacenan los esquís y donde se organizan actividades de música, inglés e informática. Si una tarde nieva, los chicos llegan, piden prestados los esquís y practican en una explanada que hay justo detrás. Antes yo era quien tenía que organizar las clases pero ahora son ellos los que tocan a la puerta", narra entusiasmado el vizcaíno.
El éxito ha permitido que la iniciativa se desarrolle ya en las tres provincias del Kurdistán iraquí. Y, desde la pasada temporada, los niños sirios que habitan un campamento de refugiado cercano también se deslizan por la nieve de Penjwin. "Cuando no hay esquí, la vida es bastante aburrida y dura", admite Igor, que suele vivir un par de meses al año en el pueblo y tiene aún mucho terreno por pisar. "Cuando no hay nieve, me paso el día tomando té y de casa en casa. Les digo que la cultura kurda está en los pequeños pueblos y que si se van a la ciudad la perderán. Hay que cambiar el 'chip' de la mayoría de los kurdos. Solo suben a la montaña para sentarse, comer, beber y bailar".